Dufour, Dany Robert, El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo total, Paidós, Buenos Aires, 2007.
Es a finales del siglo XX que se publicó la obra de Dany-Robert Dufour —filósofo francés contemporáneo— titulada El arte de reducir cabezas. Pasaron ocho años hasta que la traducción al español llegara a nuestras manos. El valor de esta obra reside en ser precursora del entendimiento actual sobre la subjetividad.
Ser un precursor no obedece a la capacidad profética de algún genio capaz de aducir cómo advendrá la humanidad, así como lo afirma Lacan, ser un precursor es ver —de entre sus contemporáneos— lo que ya se está gestando y que será la manera en que un siglo después se conciba su época.
Lo que se propone el autor es enarbolar cómo, en la posmodernidad, se da una mutación de la condición subjetiva, es decir, el advenimiento de un sujeto inédito. Por ello, el problema latente reside en el paso de la modernidad a la posmodernidad, que ha librado a los sujetos de todo referente, para entonces abocarse exclusivamente a los intercambios de mercancías, lo cual conlleva a la desimbolización del mundo humano.
Pero su propuesta no se reduce a ello, ya que el problema se logra vincular con los efectos, que abarcan desde la educación hasta la diferencia sexual, pero siempre señalando la dominación implícita de la desimbolización que trae consigo el capitalismo. Se podría escuchar hasta el hartazgo sobre la caducidad de la crítica a la economía política, pero inverosímil sería para aquellos, encontrar que sus efectos están tan presentes que se les han pasado desapercibidos.
En cuatro capítulos Dufour nos afronta con el advenimiento del sujeto posmoderno, el cual tiende cada vez más a perder su relación con la diferencia generacional y la diferencia sexual, los cuales, en última instancia, si no están presentes no hay sujeto. Para vincularlo finalmente, a un discurso el cual paradójicamente, no hace vínculo: el discurso capitalista.
El libro empieza retomando cómo en la modernidad se posicionaban dos sujetos, el sujeto freudiano y el kantiano, ambos en íntima vinculación —aunque se podría agregar al sujeto marxista— de los cuales, se les creía a salvo de las vicisitudes de la historia, sin embargo, la condición subjetiva está sometida a la historicidad. Es decir, estas subjetividades afrontan la desaparición de los grandes relatos de legitimización, relatos políticos y soteriológicos, que trae consigo la posmodernidad.
DANY-ROBERT DUFOUR
El carácter ineludible de todo sujeto es una existencia que no es dada por sí misma, sino dada por Otro, ya sea la naturaleza, las Ideas, Dios, la Razón o el Ser. El Otro es ese referente desde el cual el sujeto se autoriza a ser. Pero, si todo carácter ontológico se vincula con lo político, entonces, el ser tiene un doble político, que es un Uno, desde el cual los sujetos se pueden autorizarse a ser. Este principio unificador, el cual posibilita sortear la discordia, el desacuerdo y la sedición permanente, es el núcleo del sistema simbólico-político.
Una primera impresión nos haría creer que ese Uno está tan cerca de nosotros, que somos nosotros mismos los responsables de nuestra fundación, no obstante, la historia nos muestra que esa relación entre los sujetos y ese Uno fundante ha ido disminuyendo su distancia, aunque en un principio era muy lejana, recordemos la inaccesibilidad del mundo de los dioses griegos desde el mundo de los hombres.
¿Qué pasaría entonces, si los sujetos tuvieran que afrontar la tarea de fundarse a sí mismos? Tanto el sujeto freudiano como el kantiano, han sido borrados debido a que el Otro ha sido barrado, a saber, la posmodernidad carente de fundamento ontológico, sin ningún Uno fundante, sin relato, sin significación simbólica, amenaza la existencia misma de la subjetividad. En otras palabras, no solo es difícil fundarse a sí mismo, sino que es imposible.
Alegremente se celebra la caída de los ídolos: ya no más dependencia de un relato religioso, de un relato del Estado-Nación, e incluso el relato de la emancipación del proletariado. La posmodernidad promete ser el signo de mayor libertad. El problema reside en que no es más que una libertad ilusoria, una libertad que en realidad es exclusivamente la libertad de mercado. Si bien, la distancia con ese Otro y que fuera exterior a sí, permitía al sujeto existir en el mundo encausándose en un sentido, la responsabilidad de cada sujeto de fundarse a sí mismo —es decir, autorreferencial— no es plausible partiendo del entendido de una teoría sobre la subjetividad como es el psicoanálisis.
El asunto sería no confundir libertad con liberación, pues la libertad como tal no existe, existen liberaciones. Sin un Otro que permita fundar al sujeto, al contrario de estar en una posición de total libertad, éste no adviene sujeto, pues se halla en una plena desimbolización. La liberación solo es posible cuando el sujeto ha estado inserto previamente en el orden del Otro, contrariamente, la libertad prometida en el neoliberalismo y en la posmodernidad es quedar por fuera del campo de lo simbólico.
¿Qué queda entonces? El relato de la mercancía. La aporía es que el mercado no puede hacer la función del Otro, no es un Uno en tanto que no se encarga del origen y fundamento, pues deja a los hombres ante la angustia de la autofundación. La ausencia del Otro no es un suceso de menor importancia, ya que de éste depende el vínculo social mismo. Ello lo corroboran las actuales perturbaciones mentales de los sujetos: la dificultad de la subjetivación y socialización, la toxicomanía, los pasajes al acto, los nuevos síntomas, la violencia y las nuevas formas de sacrificio.
Las preguntas políticas por excelencia, las del origen y el fin de la humanidad, han sido privadas a los sujetos —por inútiles, se les dirá— pero ello inevitablemente suprime el deseo de infinitud del hombre, en otras palabras, inhibe la apertura al ser. El mercado obliga a los sujetos a instalarse en una red rizomática, borrando los lugares y las funciones, haciendo de todo, una equivalencia.
Con toda su sagacidad Dufour vislumbra que renunciar a la ficción del Otro puede que nos haya librado de los viejos ídolos tiránicos, pero ello nos afronta a la cuestión imposible de fundarnos por nosotros mismos, ante lo cual, el mercado permanece mudo, sin respuesta ante la interpelación de los sujetos por su ser. Se pregunta: ¿cómo contar con un sí mismo que aún no existe?[1] La obligación: ¡sé tú mismo!, es una incoherencia lógica pues, pone a los sujetos ante la hazaña de invertir la anterioridad con la posterioridad, es decir, postular algo que no existe —postularse a sí mismo— para autorizarse a realizar una acción, pero ¿desde dónde puede actuar uno sin un punto de partida? Por eso, es de suma importancia el concepto de histerología en su obra.
La angustia ante la carencia de un referente puede verse reflejada en la “epidemia” actual de la depresión, pero éste es sólo uno de los múltiples efectos de la dificultad de subjetivación que trae consigo la autofundación. La negación de lo real, como puede ser la negación de la diferencia generacional —desconocimiento de anterioridad, el padre ya no ejerce su función de referencia— así como negación de la diferencia sexual —la ausencia de un límite para su propio cuerpo— a su vez suscitan manifestaciones peculiares.
Los pedagogos se preguntan por qué ahora a las nuevas generaciones les cuesta tanto trabajo aprender algo en clases, siquiera poner atención. Reclaman a las nuevas tecnologías de la comunicación que han tomado su lugar en la educación de los niños y no están del todo errados. Sin embargo, el problema de fondo de las nuevas tecnologías no tiene que ver con su contenido sino con su forma, es decir, poco importa acotar el acceso a contenido puramente infantil, ello no resuelve ningún problema. Es que el problema reside en que el acceso a estas tecnologías promueve una desestructuración simbólica, es decir, inhiben a los infantes y niños el acceso al lenguaje.
Veamos, las tecnologías de la comunicación pueden abarcar desde los videojuegos, la televisión, la mensajería instantánea, el comercio electrónico, así como las búsquedas en línea, pero funcionan principalmente a través de la proyección de imágenes. Si éstos dificultan el acceso al lenguaje se debe a que excluyen la práctica simbólica, es decir, una imagen soslaya la necesidad de enarbolar un discurso. El uso de los significantes posibilitaría en la práctica simbólica traer algo que no está presente en la mera proyección de la imagen. Pues no podríamos asumir que la imagen en sí misma está dotada de un significado, porque el sentido proviene exclusivamente de un sujeto. El uso de los significantes posibilita la constitución de un orden simbólico, llamémosle también una concepción del mundo. Sin práctica simbólica los sujetos no se instalan en una función simbólica, en otras palabras, no pueden establecer una relación con otro porque no tienen el mínimo de integridad psíquica.
La función simbólica funciona de la siguiente manera. Para su acceso es necesario y suficiente integrar un sistema en el que “yo” le hable a “tú” respecto de “él” —yo presente, tú copresente respecto de lo que se quiere representar—. Esta función se adquiere por medio del discurso, por medio no de una máquina sino de los padres, o alguien copresente, que le hable al niño, se dirija a él para instalarlo paulatinamente en la función simbólica. En consecuencia, la dificultad de enseñar proviene de la actual barrera a instalarse, por parte de los niños, en la función simbólica.
Por otro lado, está presente la negación de la diferencia sexual, una situación tan latente en nuestros tiempos, la cual intenta evadir algo existente previo al sujeto. Esto quiere decir que, antes de que el infante entre al mundo simbólico, éste ya ha entrado por una diferencia de texto en un sexo. Texto asequible en nuestros días: el texto genético. Con esto no se afirma ninguna postura misógina, homofóbica o transfóbica, tampoco es el caso sostener un discurso naturalista acerca de los sujetos. El asunto es que la diferencia sexual no está en identidad con el género, ya que ambos residen en diferentes registros. Sin embargo, lo que acentúa Dufour es la existencia de un real imposible de evadir, sobre que no hay una tercera posibilidad.
DANY-ROBERT DUFOUR
Dufour, contraponiéndose a la tesis de Pierre Bourdieu que justifica el derecho de la elección de sexo a partir de una crítica de la dominación social, ve que ello reduce toda relación sexual a una relación social. Por ello, él enarbola, junto a la tesis de Henry Frignet —quien ve la promoción de los géneros aparejado al capitalismo— una crítica a la idea de Bourdieu. Si lo pensamos detenidamente, la conveniencia del mercado ante una variedad inmensa de identidades flexibles, variables, móviles, conviene a la producción de mercancías las cuales están dispuestas a renovarse en cualquier instante, proporcionando por medio del intercambio las imágenes, los discursos y los productos ideales.
Lo que quiere dar cuenta el autor es que, al mercado, en su propia fluidificación, no le convienen los sujetos atados a una historia, a un sexo biológico, o a un orden generacional, porque eso en última instancia impide una libre circulación de las mercancías. A lo que apunta el mercado, para Dufour, es la posibilidad de producir sujetos que compren y desechen su misma identidad, tanta identidad sexual sea posible, como personalidades.
En consecuencia, el mercado aboca a los sujetos a estar siempre en ausencia de sí mismos, a estar avocados en mercancías que no responden ninguna pregunta esencial, en cambio, permite un remplazo continuo de mercancías aplazando la promesa de bienestar. Por ello, la propuesta Deleuziana del esquizo resulta ser a lo que aspira el mercado y no su solución. Así pues, lo que propone el neoliberalismo es proporcionar la cara de la libertad, la diversidad y la tolerancia a cambio de una transgresión absoluta, incluyendo la trasgresión de los mismos sujetos. En las últimas páginas de este libro se habla sobre la desimbolización, último límite de todo sujeto en tanto subjectus.
Desimbolización de la cual se deslinda que el nuevo sujeto sea acrítico y psicotizante, en palabras de Dufour. La pérdida del Otro, es una muerte anunciada tras dar cuenta de la desterritorialización que sufre el sujeto ante los intercambios de las mercancías, que desplazan todo valor simbólico. El valor simbólico es siempre un excedente, el cual proviene del sujeto, pero que a su vez inhibe la igualación constante, ya que la dignidad humana reside en esa simbolización propia, porque el núcleo de la humanidad es esa dependencia simbólica del hombre, su ser de lenguaje. Lo que se deja entrever es un atentado del neoliberalismo contra —no solo la pérdida cultural— sino a su vez, la pérdida de aquello que permite al sujeto en primera instancia existir: el lenguaje.
La inquietud por las causas de la violencia, el llamado malestar en la cultura de Freud, el desdén por las relaciones amorosas y la enseñanza, las nuevas manifestaciones de múltiples géneros, las recientes manifestaciones de los sujetos que se muestran incomprendidos para la psicología, la sociología y olvidados por la filosofía, en suma, es aquello que –incluyendo un bagaje conceptual que hace uso tanto de la filosofía como del psicoanálisis– insiste en un vasto abordaje sobre la subjetividad acrítica y psicotizante de nuestros días. Libro que no se resume en una única lectura. En estas pocas cuartillas en las cuales nos propusimos mostrar la genialidad del Arte de reducir cabezas, invito al lector al desarrollo que hace Dufour sobre ello; pues esto apenas pudo acercarnos a la mirada precursora de Dany-Robert Dufour.
Bibliografía
- Dany-Robert, Dufour, El arte de reducir cabezas, Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del capitalismo total, Paidós, Buenos Aires Barcelona México, 2007.
Notas
[1] Dufour Dany-Robert, El arte de reducir cabezas, ed. cit., p. 104.