Sólo un completo forastero como usted puede plantear esa pregunta. ¿Qué si hay organismos de control? Sólo hay organismos de control.
Franz Kafka, El castillo.
[…] en la cima de la montaña más alta presidiendo los destinos del mundo, mirando con benevolencia el rebaño humano, viendo cómo se mueve y se agita en todas las direcciones sin comprender que todas van a dar al mismo destino, que un paso atrás lo aproximará tanto a la muerte como un paso adelante, que todo es igual a todo porque todo tendrá un único fin, ese en que una parte de ti siempre tendrá que pensar y que es la marca oscura de tu irremediable humanidad.
José Saramago, Las intermitencias de la muerte.
Resumen
Este artículo es una crítica en contra de las reflexiones filosóficas surgidas a partir de la aparición del COVID-19. El artículo muestra que, en la mayoría de las lecturas filosóficas actuales, el lugar que la muerte tiene como centro de la crisis ha sido soslayado, esto representa un pensamiento biopolítico por omisión. Se enfatiza la distinción entre lo político y la política para señalar la labor del filósofo en esta crisis.
Palabras clave: COVID-19, biopolítica, cuarentena, Foucault, muerte, reflexiones filosóficas.
Abstract
This article is a critique of philosophical reflections arising from the emergence of COVID-19. The article shows that, in most current philosophical readings, the place of death at the centre of the crisis has been ignored, this represents a biopolitical thought by omission. The distinction between the political and politics is focused on pointing out the philosopher’s work in this crisis.
Keywords: COVID-19, biopolitical, quarantine, Foucault, death, philosophical reflections.
Diagnóstico
Un murmullo, apenas, se escucha en las antes ruidosas ciudades; las estrellas, por primera vez en años, se vuelven a ver en la bóveda celeste; los animales dominan la tierra y el mar; las aves son las únicas soberanas del cielo: la tranquilidad ha regresado al planeta. No, esto no es una utopía ecologista ni el guión de una película apocalíptica, es, en el momento que estas líneas se escriben, una realidad surgida de una crisis epidemiológica que ha logrado, a partir de un gigantesco despliegue de dispositivos de Estado, meter a una parte importante de la humanidad en sus casas: estamos en cuarentena.
Más que un exabrupto, inconveniente o pausa en el tiempo laboral, para muchos pensadores, economistas y políticos, estamos ante el acontecimiento más importante en la historia contemporánea; otros son más contundentes, señalan que esto representa un antes y un después en la historia del hombre. Ni que dudarlo, es la primera gran crisis derivada de la globalización, la primera que nos hace conscientes, realmente, de que compartimos un mundo ¿Quién podría pensar que una gripe surgida en algún lugar impronunciable de China afectaría a la humanidad entera?
El impacto de este acontecimiento es patente, desde la Segunda Guerra Mundial no se había visto un despliegue tan colosal de recursos humanos y materiales. Las bolsas de valores colapsan, las potencias se encuentran en jaque, mientras que los países del tercer mundo sobreviven como pueden.
Los gobiernos no se han cansado de decirlo: estamos en guerra, todos y cada uno somos soldados pasivos en un conflicto mundial contra un enemigo que apenas conocemos por sus efectos. En esta guerra se pide abnegación y “disciplina”, un anónimo heroísmo que supone, únicamente, inactividad. Es una guerra en la que no es necesario ensangrentarse las manos sino traerlas limpias; es una guerra que no demanda ir al campo de batalla sino quedarse apoltronado en casa; es una guerra en la que no se experimenta angustia sino aburrimiento; así, estamos en una guerra que demanda poco o casi nada de los individuos, hasta podemos decir, actualizando la frase de Winston Churchill: Jamás en la historia del conflicto humano, tantos debieron tan poco a tantos.[1]
Lo que hasta acá se ha glosado, con cierta ironía, son, sin embargo, sólo fragmentos del discurso de la política; ahora hablaré de la otra cara de la moneda, de ello que suele llamarse lo político.[2] En otras palabras, seguiremos por esa línea reflexiva que atañe a las relaciones antagónicas entre las personas y los actores sociales.
Nadie puede negar que, ante la ausencia del rostro del enemigo, la imaginación se desborda formulando explicaciones absurdas. En un intento por paliar los miedos que el virus hace concurrir, se buscan explicaciones sencillas a problemas complejos. Como en la Edad Media, la sociedad imagina esta pandemia como un castigo, producto de sus pecados; es cierto, ya no se señala al viejo Dios, pero, en un regreso al animismo primitivo, se señala que la tierra es como una madre de la cual, desde el nacimiento del proyecto civilizatorio de Occidente, se ha estado abusando (la pandemia sería resultado de este abuso). Al final, todo esto no es sino el despliegue de la dimensión imaginaria que intenta dar sentido a este acontecimiento incomprensible que pone en peligro la actual forma de vida.
En el contexto de las relaciones sociales la dimensión imaginaria sigue otros vericuetos: nos sentimos acosados por las fantasías. Si a una sociedad mediada por las redes sociales, pletórica de paparruchadas e infundios (fake news, memes, teorías conspirativas, etc.), le agregamos la incertidumbre del momento, ello se vuelve un caldo de cultivo para conflictos diversos. Resulta evidente: lo imaginario, como en otras pestes sufridas por la humanidad, ha generado enemigos y chivos expiatorios.[3] Nuevos fenómenos de xenofobia y racismo emergen cada día mientras que antiguos conflictos territoriales se avivan. Hoy se hacen evidentes las guerras simuladas u ocultas por los estados: la de los poseedores contra los desposeídos, la de los burgueses contra los proletarios, etc.
La cuarentena, decretada como principal medida de control para no hacer colapsar el sistema de salud (históricamente desatendido en la mayoría de los países, incluso en los desarrollados), dígase con todas las palabras, es un lujo de un sector de la población que puede servirse de otro grupo menos favorecido económicamente. Hablamos de aquellos que siempre han laborado en el subempleo y en trabajos peligrosos con condiciones mínimas (o nulas) de salud; ellos, las masas que laboran en el subempleo, son las personas que hacen posible la cuarentena. Dura lección: en los tiempos difíciles, los que realmente tiene un saber práctico, así como la mano de obra, resultan imprescindibles, mientras todos aquellos cobijados bajo el manto del oropel capitalista (deportistas, eruditos, pensadores, políticos, personajes del espectáculo, etc.) muestran su futilidad. Siendo esto evidente, resulta ofensivo que voces de la masa “pensante”, desde sus palacetes, defiendan el discurso de Estado como propio, tildando a las masas trabajadoras y comerciantes como “ignorantes” por salir cada día a laborar ¿Acaso esta invectiva no supone una defensa del statu quo?
Pero la cuestión va más allá de una confrontación entre dos modos de vida o de clases sociales, ha alcanzado, sin duda, el bastión más importante de la Iglesia y el Estado, el hogar. Quién puede omitir que la casa se ha convertido en una involuntaria prisión que hoy, más que nunca, muestra todas las contradicciones de la institución del matrimonio, exacerbándolas: violencia intrafamiliar, hastío por los hijos, carencias afectivas, etc.
Resumamos: desde el punto de vista de la política, la guerra es contra el virus (quizá contra la Quinta Columna que representan los infectados), pero, desde el horizonte de lo político, esta guerra se libra entre individuos, grupos, clases sociales y géneros, etc. Podríamos ser aún más crudos y decir que esta guerra, por sus características, hace resurgir el conflicto temido por los estados y señalado por Hobbes, me refiero a la guerra mítica de “todos contra todos”.[4] No es cosa menor que en Estados Unidos de Norteamérica, las ventas de armas se hayan disparado.[5] ¿Contra qué se está armando el mundo? No nos llamemos al error, sería hilarante que fuera contra un virus microscópico, es contra la guerra posible de todos contra todos, contra la guerra civil.
Dos miradas filosóficas sobre la crisis
Ante este panorama, y como convocados a Estados Generales, los académicos, científicos y humanistas, desde sus diferentes ámbitos, se unen para tratar de comprender y paliar esta contingencia.
En la filosofía existen dos tendencias; primero, aquellos que, apolíticos (aparentemente), plantean cuestiones aledañas a la cuarentena (el tiempo libre, el ocio, el habitar, etc.) temas tendientes a una estética de la existencia, los que así lo hacen se encuentran tan desvinculados de la realidad, de las muertes que deja la pandemia todos los días, que sus discursos, por sí mismo, se vuelven, desde una mirada ético-política, nimios. Los segundos, de más importancia mediática, hablan del origen y las consecuencias que traerá esta crisis. El espectro de sus lecturas va, del optimismo por la llegada de una nueva era a los fatalistas que plantean la destrucción del mundo conocido. A este segundo grupo merece la pena dedicar algunas palabras pues intentan acercarse desde lo político al problema.
Recientemente se ha publicado un libro electrónico que es un compendio variopinto de artículos de distintos pensadores (Zizek, Agamben, Butler, Chul-Han, sólo por mencionar a algunos) que se encuentran especulando las implicaciones sociales y políticas de este acontecimiento: Sopa de Wuhan. Estos han escrito tan expeditamente que, estaríamos tentados a decir: esta vez el búho de Minerva ha llegado a tiempo para hacer un diagnóstico del presente. Dichos análisis, sin embargo, refieren, en mayor o menor medida, a tesis que los autores y autoras presentaron hace tiempo, en el mejor de los casos estamos ante una actualización de sus pensamientos. Dicho lo anterior, vale la pena, sin embargo, seguir el discurrir de algunos pues, casi, como voces de Sibila, anunciaron una crisis que sólo podría haberse pensado desde una narrativa fílmica. Es importante señalarlo: la mayoría de estos autores hablan desde el primer mundo, por ello, recurrentemente, parecen elucubrar partiendo de condiciones materiales que no son las nuestras;[6] sin embargo, es menester prestar atención a sus palabras pues presentan un horizonte problemático que, en ocasiones, caza con la situación latinoamericana.
Claramente, las tesis de Agamben muestran su vigencia en estos momentos pues los gobiernos apuntan, como pocas veces en la historia, al estado de excepción y, en un giro inesperado, que el mismo filósofo italiano no podría prever, la sociedad es la primera en pedir esta medida: sanciones para los infractores y militares en la calle.[7] China logró controlar así los contagios, curiosamente, Estados Unidos, hoy, sigue más o menos la misma vía (ello demuestra que, pese a ser países con políticas aparentemente antagónicas, en muchos sentidos, no son tan distintos). Ello no exime a los países del tercer mundo: recientemente el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha ordenado “tirar a matar” contra aquellos que no acaten la cuarentena.[8] Si aún no vivimos en un estado de excepción en México, ya hay algunos actores sociales interesados en que tal se decrete.
En otra línea de reflexiones, no se avizora, sino imprimiendo una dosis de esperanza y fantasía, que esto represente el surgimiento de un nuevo comunismo, como señala Zizek.[9] En México empiezan a sonar casos de agresiones a médicos; entre otros episodios deleznables, no ha faltado el pueblo que (además de negarse a que el gobierno acondicionara un hospital para recibir enfermos) amenazó con quemar la instalación.[10] En otras palabras: en una Latinoamérica atenazada por la desigualdad, víctimas de largos procesos de ideologización; la solidaridad y la comunidad no es algo que se pueda asumir como carácter ontológico de un pueblo (como si pudiese existir un pueblo “bueno y sabio” de suyo) sino algo que es necesario construir.
Tampoco parece que ésta sea una crisis que fortalezca al capitalismo. Bajo la premisa de que el capitalismo, para sobrevivir la crisis de la década del veinte, tuvo que colonizar aquello que estaba más allá de la producción y generar su propia cultura (invadiendo el ocio, la educación sentimental, entre otros ámbitos de la vida privada),[11] hoy, que la cuarentena detuvo el flujo de la vida social, se observa la inutilidad de los dispendios de la industria del deporte y el entretenimiento. El capitalismo entonces se muestra como lo que siempre fue, canto de las sirenas y oropel. Un ente que, en tiempos difíciles, no puede dar respuesta a las tragedias humanitarias.
Pero aún podríamos ser ave de las tempestades del capitalismo y decir, retomando las tesis de Maurizio Lazzarato, que esta crisis hace trastabillar a ese sujeto creado por el neoliberalismo en el que se apoya el capitalismo desde finales del siglo pasado: el hombre endeudado.[12] Por lo menos en los países latinoamericanos, pero, particularmente, en el caso mexicano, hasta el año pasado parecía deseable comprar objetos suntuosos a crédito (pantallas, teléfonos, etc.). Como es sabido, tales, en una sociedad pauperizada como la nuestra, suponían cierto estatus social, en este momento, en que se avecina una recesión económica sin precedentes, se observa la necesidad del ahorro mínimo, de tal suerte, parece poco probable que continúe una economía de deuda, salvo aquella que permita sobrevivir.[13]
Se afirma también que esta pandemia supone un envión para una sociedad regida por el Big data. China se habría servido de la tecnología digital, de los datos de los usuarios de redes, para rastrear a los probables portadores del virus. Al contagio exponencial del virus China respondió con un control masivo del Big data y aplicaciones digitales, aunado, por supuesto, a un despliegue gigantesco de ingeniería social propio de los países totalitarios. Byung Chul-Han señala que la sociedad Occidental tiende a este tipo de control, afirma que China “exportará” su estrategia a Europa;[14] simpática ingenuidad que omite que, desde la aparición de la red 3.0, los datos de los usuarios son comercializados ¿acaso no se violado sistemáticamente la secrecía que debería existir por parte de las empresas sobre los datos del usuario? Desde la aparición de las redes sociales y los teléfonos inteligentes ¿no estamos permanentemente localizados y vigilados?
Casi resulta un lugar común hablar acá de Foucault. Sus tesis sobre la biopolítica son, quizá, las más pertinentes. Sin embargo, y pese a ser ampliamente mencionadas durante esta crisis mundial, parecen seguir teniendo un punto ciego para aquellos que las presentan ¿Cuál es?
La era biopolítica
Nadie se atreve a negar que si esta crisis tuviese una puerta de entrada en ella diría: “¡Bienvenidos a la era de la biopolítica!”. Este carácter biopolítico de la pandemia representa la consolidación de una gestión de la vida señalada por Foucault el siglo pasado.[15] En diferentes momentos el pensador apuntó a este dispositivo como un nudo problemático que engarzaba temas como la psiquiatrización, la medicalización, las tasas de natalidad, los modos de vida, sólo por mencionar algunos. Foucault recordó que fue en el siglo antepasado en el que un médico señaló: “En el siglo XIX la salud ha sustituido a la salvación”.[16] La biopolítica fue ganando terreno desde el siglo XX, una de sus estrategias fue plantear la salud como un discurso incuestionable: en aras de la salud todo era posible. A cuento de este dispositivo es posible señalar a los ciudadanos medidas extraordinarias, como la cuarentena que vivimos actualmente ¿Qué se puede mencionar que no sea obvio? Nos encontramos, en este momento, en una lógica biopolítica que permite a los estados la gestión e imposición de un modo de vida. No nos referimos únicamente a una vida saludable sino, epidemiológicamente, escéptica. Pero, si hasta acá se puede asentir a todo aquello previsto por el filósofo francés falta, sin duda, una reflexión paralela a la gestión de la vida, de la que el mismo Foucault habló pero que ha quedado marginada: la desaparición de la muerte. Alguien podría señalar ¿Acaso no se actualiza todos los días la cifra de muertos? ¿No se informa suficiente sobre las medidas sanitarias que deben seguir en el manejo de los cuerpos?
Hay, sin duda, en esta crisis, una biopolítica para los casos graves tanto como para los muertos. Aquel que llega al hospital, casi de manera automática, se convierte (si pertenece a un grupo de riesgo) en algo cercano a un desahuciado. Como regla general se le aísla y muere alejado de su familia. Además, según la logística de cada país, las medidas de salud obligan a un entierro en fosas comunes o, en el mejor de los casos, a un funeral breve (sin público y sin ceremonia). Ni que dudarlo, este fenómeno (el ocultamiento de la muerte) supone consecuencias que apenas podemos prever: procesos de duelo truncos, experiencias horrorosas de los enfermos que, en esa circunstancia, transitan hacia la muerte.
El tono biopolítico del pensamiento contemporáneo
Dicho así, parece algo ajeno, algo que le puede ocurrir a un desconocido, pero ¿acaso podemos engañarnos? Tales medidas no ocurren en un lugar lejano o en una distopía literaria, sino que son una dura posibilidad hoy día. Éste es el callado temor que, como pena de muerte, pesa hoy sobre la humanidad. Como la espada de Damocles (apenas sostenida por un pelo de crin de caballo) la muerte repentina se encuentra a la distancia de un contacto, un beso, un saludo, un intercambio. A diferencia de otras enfermedades, ésta amenaza con arrebatarnos de súbito la vida. Expedita: para cierto porcentaje de aquellos que contraen la enfermedad, la muerte llega en cuestión de días sino es que en horas. Ese callado temor se alberga en el corazón de cada ser humano; la mayoría vive con ello solo. En medio de la fatalidad se echa en falta la voz de la filosofía, que, hasta este momento, calla o poco parece querer decir. Ocupados en la vida cotidiana propia de la cuarentena o en el futuro de la sociedad, han sido omisos al tema de la muerte; como si de la temible Medusa se tratara, voltean a otro lado, evadiendo poner el tema en el centro. Su omisión, sin embargo, no es neutral, implica, en los hechos, una simpatía con el dispositivo biopolítico que, además de gestionar la vida, oculta la muerte. Hoy que la muerte puede tocar lo familiar, donde “lo inconsolable llora a lo irremplazable”;[17] la presencia de la filosofía, como un pensar que se dirige a la más propia de las posibilidades del hombre, se vuelve urgente.
Al inicio se señaló el acento político que llevaría impreso este texto, quizá sea hora de explicitarlo. Si desde una lógica política la muerte queda recortada a cifras; en el horizonte de lo político, tal fatalidad, ha de ser problematizada. Se vislumbran dos tareas inmediatas, una interna y otra externa: la primera consiste en acompañar a la humanidad en el proceso de pensar la muerte hoy (nombrándola, poniéndola como centro en la discusión); además de señalar las simpatías biopolítica en el pensamiento que, “inocentemente”, se pliegan al statu quo; la segunda consiste en denunciar las formas biopolíticas que los estados disponen para los enfermos y los muertos.
Si la labor de la biopolítica es obturar la muerte, el trabajo del filósofo ha de ser el de hacer ecolsionar las palabras en torno a ella. Menos que consolar, menos que adivinar el futuro, menos que hacer “vital” la cuarentena en la que estamos atrapados, su labor ha de ser arrostrar la fatalidad nombrándola y ofreciendo resistencia a las formas biopolíticas que se han impuesto, como si fuesen las únicas posibles. La dignidad los enfermos y la memoria de los muertos merece el esfuerzo ¿Acaso la manera como tratamos a nuestros enfermos y a nuestros muertos no es, también, una posición política?
Bibliografía
- Agamben, Giorgio, Estado de excepción: Homo sacer II,1, Pre-textos, Valencia, 2004.
- Badiou, Alain, et al., Sopa de Wuhan, ASPO, S/C, 2020.
- Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, Pre-textos, Valencia, 2015.
- Foucault, Michel, Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 2001.
- ______________, Un peligro que seduce, ediciones, Valladolid, 2011.
- Girard, René, El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona, 2002.
- Hobbes, Thomas, El leviatán, Gredos, Madrid, 2011.
- Jankélévich, Vladimir, La muerte, Pre-textos, Valencia, 2002.
- Lazzarato, Maurizio, La fabrica del hombre endeudado: ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu, Buenos Aires, 2013.
- Mouffe, Chantal, En torno a lo político, FCE, México, 2007.
- Tiqqun, Primeros materiales para una teoría de la jovencita, Acuarela libros, Madrid, 2012.
Notas
[1] La frase original del Winston Churchill dice: “En la historia del conflicto humano, jamás tantos debieron tanto a tan pocos”.
[2] Chantal Mouffe hace una distinción entre la política y lo político. La política se refiere al nivel, digamos, “óntico”, aborda los conceptos tradicionales de la política, por ejemplo, el Estado, las teorías de la justicia, los problemas de la democracia; en síntesis, el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana. Lo político, por otro lado, es lo ontológico, la dimensión de antagonismo y conflictividad constitutiva de las sociedades humanas. Al respecto véase: Mouffe Chantal, En torno a lo político, pp. 15-21.
[3] René Girar ha recogido este rasgo en las sociedades a lo largo de diferentes momentos de la historia, particularmente, en las pestes. Al respecto véase: El chivo expiatorio, passim.
[4] Thomas Hobbes, Leviatán, Capítulo 13, p. 105.
[5] “Venta de armas se dispara en EU en medio de contingencia por COVID-19”, El financiero, 27 de marzo del 2020.
[6] Hablo desde la circunstancia mexicana que, en gran medida, es la misma que la latinoamericana.
[7] Giorgio Agamben, Estado de excepción: Homo sacer II, 1, passim.
[8] “Duterte ordena “disparar a matar” a los que violen las restricciones por el coronavirus”, La vanguardia/ internacional, 2 de Abril del 2020.
[9] Agamben, et al., Sopa de Wuhan, pp. 21-28.
[10] “Amagan con quemar hospital si alojan a pacientes con COVID-19”, El universal, 31 de marzo del 2020.
[11] Tiqqun, Primero materiales para una teoría de la jovencita, passim.
[12] Maurizio Lazzarato, La fabrica del hombre endeudado: ensayo sobre la condición neoliberal, passim.
[13] Ello, sin embargo, puede que no sea el caso de las grandes potencias, en todo caso, la cadena que mueve al capitalismo, basada en la deuda, está por romperse, aunque, sin duda, puede fortalecerse con la deuda que van a contraer los estados para salir de las secuelas económicas generadas por el virus.
[14] Agamben, et al. Sopa de Wuhan, pp.101-104.
[15] Foucault, M., Defender la sociedad, pp. 217-237.
[16] Foucault, M., Un peligro que seduce, p. 37.
[17] Vladimir, Jankélévich, La muerte, p. 29.